“Ingreso básico universal: ¿liberación económica o el primer paso hacia la esclavitud?”

Emanuel Pastreich
9 min readSep 1, 2020

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“Ingreso básico universal: ¿liberación económica o el primer paso hacia la esclavitud?”

Emanuel Pastreich

Candidato a la Presidencia de los Estados Unidos

(Independiente)

7 de junio de 2020

En las elecciones primarias del Partido Demócrata, Andrew Yang puso sobre la mesa el ingreso básico universal (UBI), elemento central de su visión acerca de la economía de Estados Unidos. Bernie Sanders hizo eco de la propuesta, citando como modelo para un desarrollo futuro el ingreso garantizado que ofrecen países como Dinamarca y Finlandia.

Tanto Yang como Sanders afirmaron que la automatización de la producción, así como los diversos cambios tecnológicos que están teniendo lugar en Estados Unidos, han creado una brecha en la creación de empleos a pesar de que la economía está floreciente, y que la mejor manera de responder a esa situación es con el ingreso básico universal.

El ingreso básico tiene ventajas y desventajas que es necesario considerar en un cuidadoso debate entre los ciudadanos, tanto en medios como en las oficinas del gobierno. Dicho debate es completamente imposible en el actual ambiente de opresión.

Lo que ahora tenemos es un ingreso básico universal que se nos impone sin el debido proceso democrático de rendición de cuentas. Se le conoce como el “cheque de estímulo ante el coronavirus”. Los periódicos nos avisan que pronto recibiremos otros $1,200 por correo si el Congreso aprueba la ley.

Así que vamos a dar un paso atrás, para reflexionar sobre esos $1,200 dólares que nos ofrece el gobierno. Para muchos de nosotros, la cuarentena actual aniquiló nuestra vida económica, dejándonos sin empleo. El cheque de estímulo es el único pago que estamos recibiendo. Nos guste o no, de hecho es nuestro “ingreso básico universal”. ¿Pero es que este ingreso básico universal nos permite ser artistas creativos, o hacer trabajo voluntario en la comunidad, o gozar de la seguridad financiera que nos permita realizarnos con plenitud?

Tristemente, la respuesta es no, pues el ingreso básico universal nos ha sido impuesto desde arriba. Nadie sabe de quién fue la idea. Ciertamente, nadie pidió nuestra opinión, No podemos opinar sobre su monto o sus destinatarios. Una cosa es cierta: para la mayoría de nosotros, no alcanza para casi nada.

Asimismo, el debate sobre el ingreso básico universal supone que el ingreso es un tema crítico para los estadunidenses. Ningún economista serio cree en este fraude. El tema clave en Estados Unidos es la propiedad de los activos. Y un puñado de ricos dominan los activos.

La respuesta exagerada ante el COVID-19 canceló la economía de Estados Unidos, generando un desempleo masivo en el curso de unos pocos meses. La demolición anticipada de la economía nos dejó en condición de limosneros que mendigan un ingreso básico universal. Mientras tanto, los multimillonarios y los directores de las empresas están recibiendo miles de millones en subsidios. Ellos no necesitan un ingreso básico universal porque pueden hacer dinero con la especulación, con el dinero que imprimen y con el dinero que nos quitan. El COVID-19 se trata de una transferencia masiva de riqueza y, a manos de que esa transferencia se detenga, el ingreso básico será de poca ayuda.

La mayoría de nosotros no puede pagar la renta, mientras que los pequeños negocios han sido clausurados por regulaciones arbitrarias que violan nuestra libertad de movimiento. En pocos meses, muchos de nosotros enfrentarán el hambre y el desamparo, a menos de que se tomen acciones inmediatas.

Otorgar un ingreso básico sin antes enfrentar la masiva concentración de la riqueza, que ha crecido de manera exponencial en los últimos cinco años, es la receta para un desastre. Tomar ese curso de acción después de haber creado un ambiente en que no hay más opción que aceptarlo es criminal.

Los súper ricos han pasado los últimos doce años, y en especial los últimos tres meses, imprimiendo en la Reserva Federal un dinero que después canalizan hacia ellos mismos. Si no se devuelve ese dinero, la desigualdad económica no podrá ser contrarrestada.

Mientras andabas distraído, entre cinco y diez billones de dólares desaparecieron. Si no hacemos algo con la disparidad económica artificialmente creada en Estados Unidos, entonces dejaremos que los saqueadores se lleven el botín, aunque el dinero gratis que da el gobierno no es gratuito en lo absoluto. Se va a pagar con tus impuestos (ciertamente no con los impuestos a las empresas transnacionales que tienen su sede en un paraíso fiscal) o incrementando la deuda externa, lo cual hará mella en tu poder de compra.

No podemos producir nuestros alimentos, no podemos generar nuestra energía y no podemos fabricar nuestra ropa, nuestros muebles ni el resto de los productos que necesitamos para la vida cotidiana. Solamente podemos usar el dinero que nos pagan las corporaciones para que compremos productos en las grandes tiendas de las empresas transnacionales, que ofrecen productos fabricados en el extranjero por trabajadores mal pagados.

El gobierno se ha convertido en el juguete de los ricos y poderosos. Los altos funcionarios del gobierno, los jueces e incluso los empleados de nivel medio son nombrados con el respaldo de las empresas transnacionales y la banca de inversión. Los políticos son todavía peores.

Los actuales expertos gubernamentales fueron despedidos y se encomendaron funciones esenciales del gobierno a empresas privadas que hacen lo que el gobierno solía hacer, pero concentrados en las ganancias de corto plazo y no el pueblo. Se paga a estas empresas con el dinero de tus impuestos para que hagan el trabajo del gobierno, pero nunca juraron fidelidad a la constitución y su función principal es generar ganancias para sus propietarios.

La redistribución de activos, la completa transparencia del gobierno y la finalización total de la peligrosa e injustificada influencia de los ricos, y de los bancos y empresas bajo su control, sobre la formulación de las políticas es algo que debe suceder antes de ponernos a discutir sobre el ingreso básico.

Es necesario considerar por qué los bancos quieren cultivar en nosotros el hábito de la dependencia y la pasividad. Después de todo, si todo nuestro quehacer se reduce a ver la tele en lo que llega el cheque de estímulo, seremos incapaces de organizarnos en grupos que puedan entrar en acción, y no habrá manera de que podamos reconstruir nuestras economías.

Ahora vamos a hablar por un momento acerca de la relación entre tecnología y la propuesta para un ingreso básico universal. El argumento presentado por Yang y Sanders era que la automatización, junto con el crecimiento de las TI y otras tecnologías, reducen el empleo porque estos no se crean en otros sectores, conforme aumenta la productividad. Por tanto, necesitamos el IBU para que los trabajadores desplazados por las nuevas tecnologías cuenten con un empleo y se puedan adaptar a la nueva realidad laboral.

Su supone que, así como el sol sale por el oriente, la automatización, la implementación de las TI y el fin de las interacciones entre seres humanos son leyes naturales que no se pueden violar, por lo que caer fuera del ámbito de la discusión política.

La pregunta es si verdaderamente estamos forzados a destruir el orden natural de la sociedad para saciar al cruel dios de la tecnología, que exige infinitos sacrificios en nombre de una cuarta revolución industrial, para que así llegue el inevitable dominio de la tierra por parte de autómatas, coches sin conductor, robots y drones. ¿De verdad el Reino de los Cielos es el internet de las cosas?

¿El fomento de la IA (inteligencia artificial) está de acuerdo con la alianza de Dios con el hombre? ¿O no es sino un esquema para incrementar las ganancias de unos pocos, mientras que el hombre y la mujer comunes caen en la pobreza y la dependencia?

La respuesta a esta pregunta no es evidente de manera alguna. Exige una discusión abierta sobre tecnología, gobernación y sociedad, en la que participen los expertos, pero también los ciudadanos comunes y corrientes, que pueden comprender mejor que nadie el impacto de la tecnología. Más aún, tal discusión debe ser de naturaleza transparente y científica, sin abrir espacio para que los ricos que se benefician de la automatización y la IA disfracen su lista de deseos bajo guisa de verdad científica.

La productividad sin crecimiento del empleo es la línea que marca la justificación el ingreso básico. La productividad es la vaca sagrada a la que solamente se pueden acercar los sumos sacerdotes debidamente ungidos, lo cual es un concepto falso cocinado para justificar casi cualquier cosa. No es como la ley de gravedad o la segunda ley de la termodinámica. Es una idea prejuiciosa y sesgada, que sostiene que ciertas formas de actividad económica son más importantes que otras.

Si pasas el día cuidando de tu madre enferma, cultivando verduras en una granja comunitaria, como voluntario con las personas con discapacidad o jugando con tus hijos, los que escriben las reglas de la productividad no consideran que dicha actividad sea productiva.

Sin embargo, si destruyes bosques y tierras de labor para edificar centros comerciales que no sirven para nada, si envenenas ríos y lagos con los drenajes de granjas industriales o minas de uranio, o si haces la guerra en el exterior, eso sí se considera como productividad. La brecha entre empleo y productividad ciertamente no es nada más el resultado del cambio tecnológico.

Por último, hay que tomar en cuenta el papel de Estados Unidos en la historia del presente, considerando de dónde venimos antes de poder hablar de la dirección hacia la cual vamos.

En la generación anterior, había una profunda competencia ideológica y económica entre la economía de mercado de Estados Unidos y Europa y las economías socialistas de la Unión Soviética y la República Popular de China. De manera imprecisa, nos referíamos a ella como la Guerra Fría.

Estados Unidos sostenía como ideal que no hay límite a lo que individuo puede lograr por medio de su propio esfuerzo, y argumentábamos que las libertades individuales son de mayor importancia que el bien común.

Las economías socialistas asumían que la igualdad económica es vital para una sociedad sana, por lo cual tomaron medidas preventivas para garantizar una sociedad relativamente igualitaria.

Yo crecí en Estados Unidos. Suponíamos que podíamos gozar de una economía justa al mismo tiempo que podíamos obtener recompensas, en medida adecuada a nuestros esfuerzos especiales.

No obstante, lo que suponíamos ser un estado natural era todo menos natural. La masiva acumulación de la riqueza, la explotación de los trabajadores y el abuso del trabajo infantil fue una práctica normal a fines del siglo XIX e incluso hasta los 1930.

A pesar de todo, la existencia del bloque socialista, por más imperfecto que fuera, puso una presión insoportable para que Estados Unidos modificar su sistema y permitiera una sociedad más justa, si bien con límites muy bien establecidos.

A finales de los 1930, en Estados Unidos hubo la amenaza real de una revolución, lo cual obligó a tomar medidas en cuestión laboral que de otra forma hubieran sido soslayadas.

Aunque quizá no nos percatamos de dicha presión, hizo posibles cosas tales como la seguridad social y el salario mínimo.

Se puso un tope al salario de los directivos de las empresas. Los impuestos a los ricos se incrementaron a 90% y no había multimillonarios ni paraísos fiscales. Si Estados Unidos era así no es porque los ricos fueran virtuosos. Era así porque había una presión incesante.

Cuando el llamado “bloque comunista” quedó sujeto a la comercialización a partir de los 1989, se vino abajo la oposición ideológica y Estados Unidos poco a poco volvió a la inclemente economía de mercado que alguna vez gozó, en la cual se podía prescindir de los trabajadores.

No obstante, en esta ocasión, la automatización y los drones, la IA y los robots hacen posible que se intente un experimento todavía más inclemente. No obstante, los cambios en la economía estadunidense, como el cambio climático, eran demasiado lentos como para poder observarlos. Quedamos demasiado enredados con el correo electrónico y Facebook como para darnos cuenta. No pudimos percibir que desaparecieron las reglas que habíamos aceptado, y que había nacido, nuevo y reluciente, un mundo feliz.

A fin de cuentas, no se puede discutir un ingreso básico universal para Estados Unidos sin antes crear una cultura y un sistema que sirva como contrapeso que haga valer los intereses de los ciudadanos comunes y corrientes. Ésta es la cuestión fundamental. Sin embargo, tú, yo, nosotros somos quienes debemos construir ese contrapeso, y no los expertos y los políticos, y no ciertamente las empresas, con sus drones y robots.

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