El futuro de la gobernación mundial y el Congreso de la Tierra
“El futuro de la gobernación mundial y el Congreso de la Tierra”
Emanuel Pastreich
14 de junio de 2020
Estamos ante una decisión desesperada y no por accidente.
El mundo se desgaja ante fuerzas ocultas, por la transferencia de dineros entre bancos, por la transferencia de información, textos y fotografías entre monopolios mediáticos, bancos y publirrelacionistas y consultores que brindan sus servicios a los multimillonarios, haciendo que sus tretas más cínicas parezcan humanitarismo.
El mundo se vuelve un conglomerado conforme la riqueza y el poder se concentran en manos de unos cuantos. La información que reciben los trabajadores es cada vez más banal y trivial. Si queremos responder a las cuestiones internacionales, nos vemos obligados a trabajar con estos nuevos poderes, a reverenciar a estos dioses falsos, que se erigieron a sí mismos como señores de los asuntos mundiales.
Nos aplasta el globalismo inmisericorde que controla todo el dinero, produce todas las cosas que necesitamos para vivir e incluso trata de controlar nuestras vidas con publicaciones en redes sociales que nos reducen a animales que por instinto responden a imágenes sugerentes. Como alternativa antiglobalista, se nos presentan los grupos racistas y aislacionistas que se valen de la violencia y de una retórica profundamente perturbadora. Estos grupos son cada vez más poderosos, aunque no están interesados en la verdad, sino en hacer un llamado igualmente equívoco a las emociones del trabajador frustrado.
Estos grupos no quieren la reforma de las instituciones globales, sino su completo desmembramiento. No ofrecen solución para el cambio climático ni para el dominio tecnológico de la sociedad. En la mayoría de los casos, soslayan por completo estas amenazas.
O podemos volvernos en busca de orientación hacia las instituciones globales con fines visionarios, como las Naciones Unidas o la OMS.
Me siento conmovido cuando leo las inspiradoras palabras de la constitución de la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura). “Dado que la guerra empieza en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde se deben construir las defensas de la paz.”
No obstante, aunque las instituciones internacionalistas como la UNESCO conservan restos de su noble pasado, están tan infestadas con el dinero directo o indirecto de las empresas que son los multimillonarios como Bill Gates quienes dictan sus prioridades, al tiempo que impulsan su agenda para ganar dinero disfrazados con la falsa bandera de la caridad.
Dada esta opción imposible, la mayor parte de quienes tenemos el tiempo, la educación y los incentivos para tratar de responder a la globalización no sabemos hacia dónde mirar en busca de ayuda. Muchos simplemente se han dado por vencidos. La banca de inversión no podría estar más contenta con el resultado.
Hay una diferencia crucial entre el impulso globalizador de las actividades financieras y comerciales y la visión inspiradora del internacionalismo, que pretende que los ciudadanos de la Tierra se unan en busca de una gobernación ética e informada, y así condujo a la fundación de la Naciones Unidas y de otros organismos internacionales creados para solucionar los problemas comunes de la humanidad.
La globalización junta a gente, a menudo muy brillante, que busca ganancias por medio del comercio y el desarrollo tecnológico. El supuesto bajo la globalización es que las decisiones de los bancos y de las empresas transnacionales ayudará a la gente ordinaria y que el crecimiento y el consumo harán felices a todo el mundo. Sin embargo, las empresas solamente pueden medir su éxito en términos de ganancias y, si bien pueden encauzar algunas de esas ganancias para beneficiar a los pobres, su motor es la explotación.
Es preciso volver a la tradición del internacionalismo valiente y bizarro, para forjar una alternativa a la globalización que no sea aislacionista ni esté fundada sobre la identidad étnica.
Consideren la destrucción de la selva amazónica que actualmente está llevando a cabo el gobierno del presidente Jair Bolsonaro de Brasil. Las acciones presentes, soslayadas por los medios, amenazan con destruir la civilización y condenar a la juventud a un planeta desolado. No podemos hacer nada. Nuestras instituciones internacionales son impotentes.
En vez del Amazonas, que está siendo talado, se pretende erigir una inmensa corporación amazónica que extienda sus tentáculos hasta controlar la economía global. La selva que purifica el aire está siendo derribada y quemada. En su lugar, crece una selva digital que ahoga nuestra libertad económica.
Necesitamos un sistema capaz de identificar los problemas globales y ofrezca una respuesta coordinada a nivel local. Las Naciones Unidas pueden hacer declaraciones. Los intelectuales de nota pueden escribir editoriales. Las ONG pueden organizar protestas y pedir a los ciudadanos que firmen sus peticiones. No obstante, no hay un esfuerzo coordinado para detener el impulso criminal de destruir nuestro futuro.
No obstante, si hubiera un cambio progresivo de régimen a nivel global (lo contrario de la estafa de cambio de régimen propuesto por las grandes empresas), los ciudadanos tendrían una meta totalmente apropiada que perseguir.
No se olviden de los miles de jóvenes de todo el mundo que fueron a España a luchar contra el régimen fascista de Franco en los 1930. En ese contexto, no hay ni podría haber vergüenza alguna en un “cambio de régimen”.
Tampoco fue vergonzoso el utilizar la fuerza para combatir los gobiernos fascistas empeñados en exterminar a la mayoría de la humanidad en una búsqueda inmisericorde en pos de “espacio vital”. En verdad no había alternativa.
No podemos pasar por alto la necesidad urgente de transformar la gobernación de la Tierra, aunque para ello será necesario algo más que firmar peticiones. Se requerirá reinventar la gobernación mundial, no como instrumento al servicio de banqueros y filántropos multimillonarios, sino como un medio para enfrentar la amenaza del colapso ecológico, el militarismo y la masiva concentración de la riqueza.
Necesitamos una visión de futuro que vaya más allá de una economía suicida movida por el consumo y una sociedad militarizada y paranoica, una visión que nos inspire para arriesgarlo todo en la lucha en contra de las fuerzas ocultas que desgarran el mundo.
Las Naciones Unidas no surgieron de un día para otro.
Un reducido grupo de intelectuales y activistas de todos los rincones de la Tierra arriesgaron su vida para luchar contra el totalitarismo y para abogar por el internacionalismo y la paz mundial. Con el paso del tiempo, recibieron el apoyo de los gobiernos de Rusia, China, Estados Unidos, Gran Bretaña y de otros gobiernos en el exilio. Dicho apoyo exigió entrar en componendas. No obstante, ello no aniquiló el sueño de, no solamente derrotar a los fascistas, sino instaurar la verdadera cooperación internacional.
Las raíces de las Naciones Unidas se pueden rastrear hasta las conferencias de paz de La Haya de 1899, 1907 y 1914 (la última de las cuales fue interrumpida al estallar la Primera Guerra Mundial). En esas conferencias de paz se codificó el derecho internacional, proponiendo e implementado medidas globales para el desarme, y promulgando leyes para conducir la diplomacia, el comercio y la guerra, las cuales contenían castigos para los crímenes de guerra. Las Convenciones de Paz de La Haya fueron la fuente de lo que ahora entendemos por derecho internacionales.
Las Convenciones de Paz de La Haya condujeron a la creación de la Liga de las Naciones al terminar la Primera Guerra Mundial. Por primera vez, la Tierra contó con un mecanismo de gobernación mundial para contrarrestar el gobierno global de las empresas transnacionales. La Liga de las Naciones produjo logros como el Pacto Kellogg-Briand de 1928, que planteaba el marco que acabaría con las guerras. Los logros de la Liga de las Naciones y de otros movimientos internacionales sentaron las bases para las Naciones Unidas.
Tristemente, Estados Unidos, lleno de confianza tras su victoria en la Segunda Guerra Mundial, no pudo resistirse a recibir el legado del Imperio británico y de una gobernación global por medio de la explotación. A fin de cuentas, las élites financieras de Estados Unidos, fuertemente ligadas a Londres, reprimieron a los estadunidenses que aún estaban comprometidos en la lucha contra el fascismo, por lo cual Estados Unidos hizo de la Unión Soviética una amenaza, en vez de transformarla en un socio para trabajar a favor de la paz mundial. Se incubó la Guerra Fría y el mandato de las Naciones Unidas quedó muy limitado.
No obstante, aunque el presupuesto de las Naciones Unidas quedó reducido a un esqueleto durante el gobierno de George W. Bush, y aunque bajo los gobiernos de Obama y Trump la política de Estados Unidos se aleja cada vez más del derecho internacional, las Naciones Unidas siguen siendo un lugar vital para que los ciudadanos puedan acudir en busca de justicia y orientación.
No obstante, las Naciones Unidas y las instituciones globales afiliadas también se han alejado de sus ideales fundamentales. Las gobiernan burócratas jubilados en trabajos de lujo y los fondos provienen (directa e indirectamente) de empresas transnacionales y multimillonarios, lo cual constituye un descomunal conflicto de interés.
El cambio climático y el ímpetu bélico, la evolución exponencial de la tecnología y su impacto negativo sobre la capacidad de actuar de los hombres son cambios civilizatorios de enorme magnitud, que exigen una verdadera gobernación mundial. No obstante, se limita a propósito la capacidad de los habitantes de la Tierra para colaborar en pos de un objetivo común.
Queremos una organización de gobernación mundial que sea responsable ante el pueblo, a diferencia de esas instituciones egoístas y llenas de secretos, como el G7 o el Fondo Monetario Internacional.
Los expertos bien nutridos que, desde las oficinas de las ONU persiguen los fondos de las fundaciones creadas por los ricos, se encuentran muy mal preparados para los verdaderos peligros del colapso económico, ecológico y sistémico. Las extrañas opiniones en materia de clima, economía, salud y geopolítica de multimillonarios como Bill Gates, Michael Bloomberg y Warren Buffett tienen más crédito que la de los expertos en ética o la de los ciudadanos de la Tierra.
Esto no es un problema de la globalización. Es un problema de los multimillonarios. Las redes que conectan a decenas de miles de supercomputadoras a lo largo y ancho del mundo ronronean suavemente, mientras calculan como maximizar ganancias cada día, cada minuto y cada segundo. Esas supercomputadoras toman las decisiones finales en BlackRock y Bank of America, considerando nada más el valor monetario de la totalidad de la Tierra y buscando extraer ganancias en perfecto acuerdo con los algoritmos que se les asignan sin ningún escrúpulo ético. Esas supercomputadoras se están erigiendo en el gobierno global por default.
Y si las redes sociales, los videos y los juegos modifican las conexiones neuronales de nuestro cerebro, alentando pensamientos de largo plazo alimentados con dopamina, las computadoras nos van a dominar.
Los humanos no hemos perdido el juicio por completo, aunque, sin darnos cuenta, hemos delegado el verdadero trabajo sobre las supercomputadoras.
No hay que reformar las Naciones Unidas. ¡Hay que transformar las Naciones Unidas!
Estados Unidos nunca recobró el nivel de compromiso que el presidente Franklin Roosevelt tuvo hacia las Naciones Unidas. Mi gobierno pondrá a las Naciones Unidas en el centro de la diplomacia, la economía y la seguridad. Pero esas Naciones Unidas serán muy diferentes de la cáscara que es hoy en día. Será una entidad comprometida con el bien común, que no se abalanza sobre las sobras que le lanzan ricos y poderosos.
Aunque a menudo los ataques desde la derecha en contra de la gobernación global (en especial las Naciones Unidas) se basan sobre los hechos, las intenciones no son nobles. Los poderes ocultos pretenden privatizar lo que queda del sistema global que ha desempeñado un papel vital, si bien con limitaciones, en establecer el derecho internacional y en promover una respuesta científica a las amenazas internacionales.
Nuestro mundo, peligroso e inestable, exige una respuesta global. “Global” no quiere decir publicaciones en Facebook, sino un esfuerzo internacional coordinado por parte de los ciudadanos comprometidos de la Tierra, quienes estarían por lo menos tan bien organizados como los banqueros y los multimillonarios contra quienes nos enfrentamos.
En términos de finanzas, manufacturas, distribución y consumo con fines de lucro, el mundo está integrado en exceso; sin embargo, en todo el mundo somos completamente ajenos a lo que se refiere a la colaboración entre intelectuales con ética y grupos de ciudadanos.
Necesitamos un sistema internacional que, primero antes que nada, favorezca el análisis científico de las amenazas que enfrentamos, y que supervise la implementación inmediata de una respuesta masiva de la Tierra entera.
El Congreso de la Tierra
La situación actual es tan grave que no basta con levantar una lista de pequeñas reformas. Para cambiar la función de la ONU, lo que se necesita es una transformación estructural completa, no un ajuste progresivo.
Debemos hacer de la ONU una institución bicameral representativa, vagamente parecida al Congreso, para que no solamente represente naciones-Estado (que se encuentran desgarrados por las finanzas globales), sino que representen de manera democrática a los ciudadanos de la Tierra.
Una jugada así devolvería a la ONU el mandato que se le entregó en 1942.
La Asamblea de la ONU de hoy en día funcionaría como cámara alta, el equivalente al Senado. Esta cámara alta conservaría el título de “Naciones Unidas” y cada país contaría con un solo representante. Sin embargo, el actual Consejo de Seguridad sería sustituido por un vocero, elegido entre todos los miembros de las Naciones Unidas. Este vocero trabajaría como los comités permanentes y ad hoc para afrontar las cuestiones económicas, ambientales, de seguridad y de bienestar del planeta.
No obstante, la autoridad del gobierno global se transferiría a un nuevo órgano, que serviría como el equivalente de una cámara baja o Cámara de Representantes. La analogía es limitada en tanto que la función principal recaería sobre dicha asamblea.
Esta legislatura, que yo llamo “Congreso de la Tierra”, representaría las necesidades y preocupaciones de los ciudadanos de la Tierra a nivel local, funcionando como institución global para formular e implementar las políticas del planeta en su conjunto.
El Congreso de la Tierra llevaría a cabo las funciones de la gobernación local, que a la fecha han sido monopolizadas por la banca de inversión y las empresas transnacionales, que en secreto imponen sus políticas sobre las naciones-Estado.
El Congreso de la Tierra trabajaría directamente con los ciudadanos del mundo, dando respuesta a las preocupaciones de las poblaciones locales, y brindándoles información de carácter científico sobre las cuestiones globales. Así, quedaría establecido un diálogo global para formular políticas para toda la Tierra. Aunque extendido por todo el planeta, el Congreso de la Tierra será de naturaleza mucho más democrática que la mayor parte de las naciones-Estado.
La primera regla del gobierno global será que, al tratar sobre el futuro de la Tierra, el capital privado no tiene lugar, como tampoco lo tienen las fundaciones y organizaciones no lucrativas financiadas por los ricos.
Es preciso contar con un análisis científico basado en un debate riguroso y crítico; es preciso un profundo compromiso ético por parte de los miembros del Congreso de la Tierra; es preciso usar la imaginación y la creatividad para encontrar soluciones en lugares inesperados.
El Congreso de la Tierra, financiado mediante contribuciones locales, servirá como una organización global capaz de valorar el impacto de la explotación comercial de los recursos y para detener definitivamente tales acciones. Será una organización capaz de sobreponerse a las acciones criminales que hoy se están llevando a cabo en Brasil, y de enfrentarse al irrefrenable impulso bélico de las facciones al interior del Departamento de Defensa de EU.
Si bien el Congreso de la Tierra aprovechará las nuevas tecnologías de manera positiva, para facilitar la promoción de la verdadera cooperación en el mundo, sea a través del diálogo entre ciudadanos, la investigación conjunta de los científicos o la cooperación entre gobiernos para resolver problemas globales, no tendrá una sede central donde se reúnan los representantes, sino que los sitios de reunión estarán distribuidos por toda la Tierra, para desde ahí coordinar la formulación e implementación de políticas a nivel local, de manera que las necesidades de la humanidad se satisfagan de un modo justo.
El Congreso de la Tierra brindará a los ciudadanos de la Tierra la oportunidad para aprender acerca de los graves problemas que enfrentamos, abriendo también oportunidades para que participen en el gobierno a nivel local, lo cual se reflejará simultáneamente al discutir las políticas a nivel global.
El Congreso de la Tierra encabezará la formulación de estrategias que permitan a los ciudadanos trabajar con sus congéneres de todo el planeta. El comercio dejará de ser un monopolio de exportaciones e importaciones de las grandes empresas, que tal como funciona incrementa en gran medida las emisiones de carbono.
Antes bien, se establecerá una economía compartida, en la cual las comunidades de todo el mundo podrán encontrar socios con intereses semejantes, y coordinarse para el comercio en pequeña escala y en cooperativas de producción. Habrá estrictas regulaciones que, surgidas desde la base, se aplicarán internacionalmente.
En nombre de la población de todo el planeta, el Congreso de la Tierra protegerá los océanos, el Ártico y el Antártico, la atmósfera, los satélites y otros dispositivos en órbita alrededor de la tierra. El Congreso diseñará también regulaciones eficaces y transparentes que garantizarán que la energía necesaria para el internet provenga solamente de fuentes renovables y que el internet esté disponible para todos, promoviendo el debate intelectual abierto con base en el método científico.
Como principal órgano legislativo del planeta, el Congreso de la Tierra determinará la representatividad que se otorgue a la población de la Tierra entera.
Quizá se puede asignar un representante por cada 50 millones de habitantes (120 representantes para 6 mil millones de personas). Si bien ciertas representaciones se determinarían geográficamente (para representar a regiones como África o América del Sur), al mismo tiempo habría miembros del Congreso de la Tierra que representarían grupos que, siendo parte significativa de la población de la Tierra, sus integrantes son demasiado pocos como para estar representados en el gobierno local, como los extremadamente pobres o los discapacitados.
El Congreso de la Tierra deberá insistir en encontrar soluciones de largo plazo (un mínimo de 30 años) para los problemas más críticos que enfrenta la Tierra y fomentará que estos se discutan de manera inteligente y franca, evitando que el resolverlos por medio de imágenes simbólicas, sino cumpliendo la exigencia de encontrar soluciones reales para tales problemas. El Congreso de la Tierra también ofrecerá financiamiento global para la energía solar y eólica y hará que la agricultura orgánica esté a la disposición de los ciudadanos del planeta.
Para el Congreso de la Tierra, la seguridad quedará definida como la protección de la Tierra y sus habitantes. Los habitantes de la Tierra no son nada más los seres humanos, sino también las plantas y animales indígenas. Un principio básico de la gobernación global será que nadie puede ser dueño de los mares, el aire o la tierra, y que los conceptos modernos de “bienes inmuebles” y “extracción” no pueden aplicarse a dichos recursos compartidos. El Congreso de la Tierra regulará estrictamente la pesca, la contaminación de agua y aire, así como la destrucción de los suelos y de los hábitats naturales. Financiará proyectos para restaurar el medio ambiente natural, a menudo mediante la demolición de estructuras construidas como parte del culto al “desarrollo”.
La interacción entre expertos en ciencias de la Tierra, ambiente, agricultura y tecnología con grupos íntimamente involucrados con los ciudadanos ordinarios y con los representantes de los gobiernos locales creará un círculo virtuoso de investigación, análisis positivo, propuestas constructivas e implementación transparente, que abrirá las puertas para una nueva era de gobernación significativa.
El futuro de la gobernación global es crítico para enfrentar conflictos completamente innecesarios, como el que existe entre Estados Unidos y la República Popular de China, fomentado por afán de lucro y diversión. Estos dos países deberían estar trabajando juntos al más alto nivel para responder a los retos del presente y para crear una verdadera gobernación mundial a favor del pueblo.
En vez de ello, en Estados Unidos nos bombardean con llamados a declarar la guerra a China, con campañas que demonizan a China.
Los dos países están vinculados por medio de sistemas de producción y consumo, no por los lazos entre ambos pueblos. Es preciso desconectar a la economía y a los pueblos de esos países, pues sus vidas están siendo controladas por la inmisericorde banca transnacional. No obstante, se requiere de una mayor integración entre Estados Unidos y Japón en términos de un diálogo concreto entre los pueblos de ambos países en torno al futuro compartido, que será implementado por medio de una gobernación honesta y transparente en nombre de la Tierra y de las futuras generaciones.